La superficie que ocupa el obsoleto terraplén de la ex vía del Urquiza podría ser utilizada para urbanización; como beneficio añadido, sería posible regularizar la situación de los asentamientos que a su vera proliferaron y, a la vez, eliminar la ya indefendible barrera urbana que hoy discrimina a una vasta población de La Loma, Santa Rita y Progreso. ¿Qué es lo que impide esta solución? Si volviera el tren, el ramal terminaría en la ruta
El 95,5 por ciento de la superficie de Rojas es «espacio verde»
Las fuentes informativas coinciden: El gobierno provincial lanzó el año pasado un ambicioso programa de construcción de viviendas, que continuará en caso de que el actual gobernador sea reelegido para el cargo –o bien si el nuevo mandatario adopta el plan– y que, para Rojas, implica la construcción de cien unidades nuevas por año.
Esta iniciativa choca, no obstante, contra una dura realidad: no hay en nuestro distrito disponibilidad de terrenos fiscales en los cuales construir los barrios. Pero entiéndase bien: lo que no hay es disponibilidad; terrenos sí hay, y como ejemplo vale mencionar las 5 (cinco) hectáreas que ocupa el obsoleto terraplén del ex Ferrocarril Urquiza, desde el cruce a barrio Progreso por calle Italia hasta la ruta 188. No están incluidos en esta medición ni la Pista de la Salud ni el asentamiento irregular instalado en el costado norte de la inútil montaña de tierra.
La eliminación del terraplén traería aparejados varios beneficios trascendentes para la ciudad. El primero, el ya mencionado: la posibilidad de urbanizar cinco hectáreas, solucionando en parte el problema de la falta de terrenos para construir esas viviendas que Rojas necesita como al aire y que el gobierno provincial ya nos otorgó pero no sabemos dónde poner.
Un segundo beneficio está dado por la apertura del acceso a la ciudad a una populosa barriada que abarca a los barrios La Loma, Santa Rita y Progreso, «escondida» hoy por la ya indefendible barrera urbana que constituye el terraplén. Vale mencionar como ejemplo al sector este de La Loma, con población numerosa e inclusive con algún que otro loteo en los que, de a poco, se van construyendo casas nuevas. Esta gente, para llegar al centro, tiene que hacer un rodeo de varios kilómetros para cruzar el obsoleto terraplén por el paso de calle Italia o, lo que es peor, pasar por la 188, con los enormes riesgos que implica utilizar una carretera de tránsito rápido (como es una ruta nacional) para la circulación cotidiana de autos, motos bicicletas y chicos que van a pie a la escuela.
Hay al menos una tercera ventaja, y es la regularización del asentamiento instalado a la vera norte del ya inadmisible terraplén. Una política de urbanización de esas cinco hectáreas debería darle a los ocupantes de esos lotes la posibilidad de normalizar su situación, convirtiéndolos en titulares de la propiedad, ya se vería en qué condiciones y con cuáles requisitos. Pero la alternativa es completamente viable.
Vale la aclaración de que quien esto escribe no se opone en absoluto a la recuperación del tren de pasajeros de la línea Urquiza. Por el contrario: es una idea que ha defendido desde que la última formación fue abandonada, precisamente, sobre el terraplén. Pero una cosa no se opone a la otra.
Derribar el hoy incomprensible terraplén no significa dar por muerta a la idea de recuperar el «Federico». No debería ser necesario aclarar esto, pero por las dudas reiteraremos que, al ser Rojas la última localidad del ramal («punta de riel», en la jerga), no hay ninguna necesidad de hacer llegar al tren hasta el corazón mismo de la ciudad, con todos los problemas que esto causaría.
Puestos en la obligación de tener que construir una nueva estación (la vieja fue desmantelada a fuerza de «remodelaciones» y ya no sirve para tal fin), pues hagámoslo en la ruta, aprovechando para convertirla también en terminal de ómnibus, con el beneficio adicional de que todas las líneas de colectivos que hoy no entran a la ciudad podrían detenerse allí.
Como se ve, una acción única (la eliminación del terraplén) podría significar la solución para numerosos problemas trascendentes para la ciudad. Solamente una cosa hace falta: tomar la decisión política. Lo demás está todo dado.
DERRIBANDO MITOS: NO NECESITAMOS MÁS «ESPACIOS VERDES»
El debate sobre la necesidad de derribar el terraplén del ex Urquiza no es nuevo; data de muchos años. Más concretamente, desde que el levantamiento de las vías que continuaban el trazado hasta la localidad santafesina de Cuatro de Febrero, en 1961, convirtió a Rojas en «punta de riel» y, por lo tanto, ciudad habilitada para colocar la estación ferroviaria donde le pareciera más conveniente, dado que el tren no continuaría su recorrido hacia ninguna parte.
Esta discusión tomó un gran impulso luego de que, en la década del 90, el «Federico» exhalara su último suspiro y quedara abandonado justamente sobre el terraplén, a pocos cientos de metros de la estación. Los movimientos para recuperar este servicio de pasajeros fueron numerosos, pero sólo algunos pretendieron que el tren siguiera llegando hasta el corazón de la ciudad; muchos otros, con mayor racionalidad, le dieron forma al proyecto de trasladar la estación y traerlo solamente hasta la ruta, para evitar los múltiples problemas que causaría un tendido ferroviario atravesando sin necesidad la zona urbana de Rojas.
Lo reactivado hasta ahora; pero sí hubo varias ideas sobre qué hacer con los terrenos recuperados (el terraplén y sus adyacencias) una vez que la estación fuera desplazada desde su ubicación tradicional, en San Martín e Iribarne, a la ruta 188.
Aunque parezca increíble, una de las ideas que mayor fuerza había cobrado, sobre todo a nivel de funcionariado municipal, fue la de construir una enorme avenida de acceso, ancha, con un generoso cantero central arbolado, lo mismo que los bordes; esto es... ¡un «espacio verde»!
Lo dicho es una muestra más de que necesitamos funcionarios que miren la realidad con sus propios ojos, y no a través de una pantalla. Asi evitaríamos que se instalen en sus mentes, como propias, las problemáticas de los grandes centros urbanos (que no son las nuestras), «normalizadas» por los medios hegemónicos de comunicación.
Construir «espacios verdes» puede ser una medida por demás de saludable en lugares como el Distrito Federal de México, Río de Janeiro o el área metropolitana de Buenos Aires (desde donde emite la prensa hegemónica porteña autodenominada «nacional»); pero no en un lugar como Rojas, cuyas características geográficas son enteramente diferentes. Las describiremos a continuación:
El distrito de Rojas tiene una superficie total de aproximadamente 2.050 kilómetros cuadrados (205.000 hectáreas). De esos 2.050 km2, solamente 10 km2 están urbanizados. Esto es, el 0,5 por ciento del área que ocupa.
Las áreas urbanas rojenses son las de la ciudad cabecera (8 km2), Carabelas (1 km2), Rafael Obligado (0,6 km2), Roberto Cano (0,25 km2), Los Indios (0,2 km2) y Hunter (0,1 km2). Redondeando: 10 km2, de un total de 2.050 km2.
Si tenemos en cuenta además su densidad de población, hay que admitir que somos pocos: considerando el área total, tenemos unos 11 habitantes por kilómetro cuadrado frente, por ejemplo, a los 39 de Junín. Y si consideramos solamente la superficie urbana (para ver si estamos hacinados), la densidad es de unos 2.190 habitantes por km2 urbanizado. En Capital Federal supera los 15.000.
Una inútil montaña de tierra ocupa superficie que necesitamos para urbanizar
Es decir: tampoco estamos «apretaditos».
El 99,5 por ciento de la superficie de Rojas es un «espacio verde» que, si bien está destinado a la producción, prácticamente en su totalidad contiene masa vegetal, que crece o se reduce según la época del año. ¿Necesitamos, entonces, reducir nuestra ya miserable cuota de superficie urbana para convertirla en más campo, cuando a la vez tenemos la necesidad imperiosa de conseguir suelo para paliar un déficit habitacional enorme? No hay más de una respuesta posible para esa pregunta.
Lamentablemente, sea cual fuere el camino dialéctico elegido, llegaremos siempre al mismo punto: hacen falta decisiones políticas que se aparten del nefasto «sentido común» y sean consecuentes con la realidad concreta que vivimos. Mirar más por la ventana y menos la tele.
Quizás no estaría de más añadir una nueva línea de debate y poner sobre el tapete la posibilidad de utilizar para construir viviendas, por ejemplo, la manzana de la plaza Moreno. Un lugar que hasta la década del 40 fue «simple potrero de pastoreo de animales de paso» que «a veces utilizaban circos y parques de diversiones para levantar sus instalaciones»; convertido en plaza para darle laburo a la comisión pro–desocupados, en momentos en que la guerra mundial había cerrado los mercados de granos y sumido en la miseria a gran parte de la población.
O la «Plaza de las banderas», un lugar que, más allá de una mínima infraestructura, es otro descampado, ubicado a una cuadra de los eucaliptus de la zona de préstamo de la 188, a cuatro del río y a cinco del velódromo; difícil distinguir dónde termina «el campo» y empieza «la plaza»... ¿Por qué no? En un distrito cuya superficie es «espacio verde» en un 99,5 por ciento, nadie morirá por falta de oxígeno.